Algunas esquinas de Táchira
Fui a Táchira con un objetivo totalmente distinto al de conocer este estado, fui realmente a visitar a una buena amiga, Wilmary y llevarla a conocer algunos rincones naturales del Táchira. En el autobús se me presentaron las incomodidades típicas de estos viajes largos en el transporte publico de Venezuela, los guardias nacionales pararon el autobús varias veces en el recorrido nocturno (los buses que van a Táchira salen de Valencia al caer la tarde), en una ocasión me bajaron del autobús (en Ospino, edo. Portuguesa), supongo que buscando esquilmar mi billetera, buscando excusas para demostrar que mi cedula era falsa, señalándome como un ciudadano colombiano, las barreras que nos separan siguen haciéndonos daño. Traté de distraer a los guardias nacionales: -Épale chamo, tienen ustedes aquí una vista muy hermosa de las estrellas ¿Has reconocido alguna constelación? -Si ciudadano, pero no he visto ninguna constelación. -¿Están buscando a alguien? Es que han detenido varias veces el autobús, allí adentro estamos preocupados. -No, no buscamos a nadie, sólo inspeccionamos. Luego de casi una hora me dejaron ir, quizás fui demasiado fastidioso con mis preguntas “¿Puedo ver la bandera? ¿Por qué el caballo ve para allá? ¿Qué son billetes doble AA?”, quizás también concluyeron que mi condición reflejaba una humildad monetaria notoria. En ese autobús conocí a Natalie, bonita mujer de cabellos blondos que me recomendó probar el pastelito de bocadillo al llegar a San Cristóbal (Capital de Táchira). Unas mujeres muy ruidosas pero chistosas nos hicieron reír todo el largo camino, eran tres mujeres que con acentuada pronunciación decían cada palabra. No durmieron, no dormí (risas y lágrimas). A eso de las ocho de la mañana llegué al terminal de San Cristóbal, lo recorrí un poco para conocerlo y aprender sus alrededores. Cargaba ya mi pesada mochila, un pequeño bolso, una botella de agua de un litro y medio, una bolsa con el picante que le iba a regalar al padre de Wilmary y una guía de viajes que me prestó Henry, era la guía de Valentina Quintero. Algo tenía que caer, fue la bolsa con el frasco de picante, no se rompió pero algo le sucedió, el golpe licuó el contenido, simplemente lo dejé pasar. Luego de media hora dando vueltas por ahí, decidí escribirle a Wilmary que ya había llegado al terminal, ella me buscaría. Tratando de entablar una conversación con unos taxistas esperé un rato en la entrada del mercado de pequeños comerciantes, una mano me saludó desde una camioneta, era Wilmary, al ver su sonrisa obtuve varias toneladas de felicidad. Conocí a su tío Wilson y a su alegre prima, Greymar. En una mañana de risas Wilmary y Grey me llevaron a conocer “La loma del viento” y “El chorro El indio”, que se encuentran en el Parque Nacional Chorro El indio. Recuerdo con alegría como la madre de Wilmary me envió con ella una arepa que tardé más de 45 minutos en comer, mi lentitud en la mesa tiene varios records. El chorro El indio tiene su leyenda propia, cuenta que existían dos etnias aborígenes rivales en lo que hoy forma parte del parque nacional. La hija del cacique de una etnia se enamoró de un joven de la etnia rival, por esta razón, el padre al enterarse decidió asesinar al joven. La mujer envuelta en llanto hizo brotar de sus ojos un río que formó en este punto la caída hoy conocida como Chorro El indio, monumento natural del país. Luego de subir un poco hacia la caída de agua y bañarnos, bajamos a la ciudad nuevamente en un autobús en el que la pasé con el short aun empapado de agua, la prenda de vestir despedía entre gotas el vital líquido, esto hacia parecer que yo había mojado el short de otra manera, una señora del autobús me hizo ver la escena con su expresión. Ya en el centro de la ciudad, recuerdo con risas cuando esperando el autobús para subir hacia casa de Wilmary, observamos un particular producto que vendían en un local de medicinas naturistas y otras cosas raras, el producto tenía un nombre bien interesante, “Quiebra barriga”, Greymar se acercó a preguntar por el producto, el mismísimo vendedor no aguanto la risa a ver nuestras sonrisas y se echó a reír. Greymar, cuando cumplas años prometo regalarte un “quiebra barriga”. Fuimos a comer unos tequeños que la guía de Valentina Quintero me recomendó con su particular acento staccato. Fue más la bulla que la cabuya, sin embargo pueden ir, el local se llama… ¡ah! Mejor busquen el pastelito de bocadillo en el lugar que les mencionaré más adelante (La Moralera). En el hogar de Wilmary conocí a su madre Marisol y su abuelita, Celina. Personajes que inspiran mucha paz y alegría. Más tarde conocí a William, el padre de Wilmary. La hospitalidad y el cariño abundaban, no podía sentirme más apenado. La historia del día que quedé ciego se hizo famosa nuevamente, triste recuerdo que más tarde convertiría en un interesante hecho. Ve por aquí mi álbum de fotos de Táchira
2 Comentarios
Paola Pernía
29/6/2016 10:53:16 pm
Miguel, ¡hola!
Responder
30/6/2016 10:04:28 pm
Mil gracias por tu comentario Paola, voy a reparar ese detalle pronto, la verdad es que no sabía eso, pero ahora gracias a ti lo sé :) ¡eres muy amable! Y si naguara, espero volver pronto al Táchira y conocer sus picos y lagunas.
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AuthorMúsico, Escritor y estudiante En prensa:
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