Pasos misteriosos II Volvimos a Mérida, luego de un largo viaje con una aplastante ansiedad por llegar y estafas de las líneas de autobuses, llegamos por fin a la parada andina, a pocos metros de la Laguna de Mucubají. Desde que llegamos el frio me hería con libertad. En la caseta de Inparques nos atendio Jenifer, guía del sector, ella expiraba la belleza y la humildad andina bien conocida. Nos dio unas cuantas indicaciones para llegar a la Laguna Negra y Laguna Los Patos, nuestro plan era conocer aquellas lagunas y acampar en sus alrededores, disfrutando del frio natural, tan distinto al de un aire acondicionado que las impurezas de la ciudad expira por sus ventanillas, tratando de acondicionarlo -¡Ey, ey! Presten atención a lo que dice Jenifer sobre la ruta para llegar a la laguna. Eso decía Henry, creo que lo repitió unas 3 veces, tanto que ni él mismo pudo prestar atención. Partimos hacia nuestro camino oxigenado, puro y sin turistas; turistas que superpoblaban aquel día la Laguna de Mucubají, lugar turístico por excelencia del estado. Cuando nos fuimos alejando de esa civilización se empezaron a escribir en nuestras almas grandes historias. -¿Qué pensará Vane en este momento de paz? ¿Y Henry? ¿Qué pensaran Rafael, Daniela y Eduardo? Mi mente imaginaba grandes historias que escribían sus manos, cada una diferente, cada una destacando lo que realmente le emocionaba de aquel lugar congelado, de aquel sublime cielo y aquel silencio que purificaba nuestros oídos. A pesar de la sequía, la flora se mantenía luchando, esperando el invierno con algo de desesperación, algunos frailejones expresaban solo sus cenizas, su fuerza había acabado o alguna vaca acabo con su gracia y su perfume. En un punto me he quedado atrás del grupo, ellos llegaron a un punto de división de la ruta, no recordaron la ruta que recomendó Jenifer y tomaron la equivocada, no sería correcto culpar a alguien de esto. Seguimos subiendo, observando aquella inolvidable panorámica de gigantes montañosos, una laguna que pensamos era La Victoria, grabé en mi cámara aquella vista para la memoria. Discutimos mucho el regreso ya que no llegábamos a ninguna laguna y el grupo expresaba mucho cansancio. Eduardo nos señaló una laguna y un lugar para acampar. Lamentablemente la laguna no era más que un pozo teñido de verde que poca vida nos brindaba. El lugar para acampar era perfecto, valía la pena pasar sed para acampar allí. Rafael y yo decidimos bajar hacia lo que creímos que era la Laguna Negra para recoger agua de los ríos que la construían. Ya era muy tarde, sin embargo la vista era tan excelente que nos quedamos allí apreciando la magnitud del paisaje, pero el cansancio y la oscuridad nos impidieron llegar hasta la laguna, regresamos y más sed ganamos. Nos quedaba muy poca agua y la sed nos torturaba poco a poco. Montamos nuestras carpas que adornaban aquel lugar que se hizo oscurísimo. La temperatura se tomaba su tiempo para descender, sin apuros, escalando hasta alcanzarnos. Vanessa nos cocinó atún esa noche, con risas, cuentos como historias de duendes, los pasos misteriosos que escuchamos aquella helada noche hacía unos meses Henry y yo, añoranzas de una fogata y con rítmicos tiritares pasamos aquella noche. Cuando decidimos ir a dormir, entré entonces en el sleeping con toda la ropa posible y una gran cobija, espere mientras imaginaba al frio terminando su escalada, nos alcanzó y la noche convirtió el tiempo en eternidad. Nuevamente me despertaba en muchas ocasiones, esta vez un dolor de cabeza hizo de una noche un siglo, quizás síntoma del mal de las alturas agudo. Entre tantos despertares, uno de ellos fue realmente misterioso. Pasos se hacían escuchar en las afueras de nuestras carpas, me lamenté de escuchar aquellos cuentos de duendecillos, prefería imaginar a una vaca en las afueras pero estos pasos se oían muy distintos a los de una vaca, creí incluso que Eduardo había salido de la carpa por alguna razón, pero alumbré un poco con mi teléfono la oscura carpa y vi que Eduardo seguía allí, Henry también estaba allí, ambos con cara de incomodidad absoluta. Escuche varios minutos aquellos pasos, el frio penetraba la carpa como dándonos a conocer quien mandaba allí y ello aumentaba el grado de cefalea que me atormentaba. Llegué a oír realmente cercanos aquellos pasos, al punto de percibirlos a escasos centímetros de nuestra carpa, allí preferí no mover un musculo y ello me hizo ganar más tensión agravante para el dolor de cabeza. Decidí entonces pensar en alguien de Valencia que mis pensamientos transporta. Ensueño alcanzado. Me desperté como a las 5:30am con una sed enfermiza, tomo agua y una pastilla para el dolor que al fin alivio mi dolencia. -Epa Miguel sal para que veas esto, las estrellas se ven mejor que en Rio Kukenán, mejor que en Puy Puy. Eso me dijo Henry pero decidí descansar un poco y me perdí un amanecer inigualable que luego vi en fotos, siendo esto lamentable. Cuando salgo de la carpa noto que el frio escarcho el verde suelo de blanco, fantástico. El frio se quedó allí y nos costaba muchos esfuerzos salir de la carpa, congelada en su exterior. El camino tomaba forma, debíamos regresar a buscar agua y avisar a Jenifer de nuestra integridad. Lugares de película nos esperaban.
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AuthorMúsico, Escritor y estudiante En prensa:
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