Que se apaguen las alarmas “Henry de nuevo” Es la frase característica que escucho bastante a menudo desde que conocí a los personajes de esta historia, Gustavo y Henry. Gustavo siempre le dice eso a Henry casi por cualquier cosa que hace Henry. Esta vez lo dije yo en mi mente cuando bien temprano, pero bien, bien temprano comienza a sonar la alarma del teléfono de Henry, que tiene el tono de la película de Disney “RIO”. La alarma sonaba y sonaba, nadie la apagaba, estaba muy lejos del alcance de Gustavo y más aun de mí, que estábamos cada uno en su sueño. Nos encontrábamos en la posada del francés, Esteban y de Rosa. -Hey, miren, vengan a ver el amanecer, es brutal. –Dice Henry con voz baja como para no levantarnos, mientras seguía sonando su endemoniada alarma a todo volumen. Las alarmas no deberían existir en tiempos de viajes, pero Henry siempre la tiene activa, es su compañera inseparable de viajes, y parece que el peor compañero de Henry es el sueño. Mientras me levantaba de la cama, adherido por aquella telaraña de baba que me unía a la almohada iba pensando que el amanecer realmente debía ser espectacular. Así lo fue, al salir con la cara de sueño más fatal de mi vida entera pude ver aquellos colores que casi hacen que se agüen mis ojos, no fue así porque el sueño me contuvo, aquellos colores me curaron cualquier problema de la visión. Gustavo también se levantó (si mal no recuerdo) y Henry tomaba fotos, apreciamos un rato aquel amanecer que Esteban nos recomendó la noche anterior. No me arrepiento y agradezco a Henry y a su alarma de interrumpir mi sueño. La unión de aquellos colores en los cielos nunca había sido presenciada por mis ojos ¿Cómo se encontraron aquellos colores? Es como el amor imposible, cuando no existe manera de que dos almas se unan, pero en algún momento, al menos un pequeñito momento de la historia, estos se unen y demuestran a la humanidad que su amor es el verdadero, el noble, el brillante y perfecto. No es de todos los días, y eso lo hace tan perfecto. Cuando se unieron, los ojos del mundo vieron la verdad y el dolor de aquellas almas que no podían permanecer unidas por mucho tiempo, cuando sale el sol en su plenitud, aquellas se separan y siguen sus caminos. Así paso con esos colores que se desvanecían con la estrella que alumbra nuestras vidas. Bueno después de ello volví a la cama, la telaraña de agua viscosa me abrazó de nuevo y dormí algunas horas más, igual Gustavo, Henry no lo sé. Pero bueno más tarde una gallina, bella criatura animal pero un poco tonta nos despertó con su picoteo a una olla, quizás la pobre tenía hambre, por ello picoteaba la olla. Continuamente la picoteaba y le daba más y más duro. Nuestro cuerpo que parecía atraído a aquellas camas trató de separarse de ellas. Después de varios intentos logramos salir de allí, nos llevamos lo que teníamos que era prácticamente nada y partimos a conocer el pueblito de Barbacoas, ubicado muy cerca de la posada de Rosa y Esteban, mientras la gallina seguía picoteando la olla. Caminamos aquella carretera donde es más frecuente el paso de ganado que de carros, buscábamos la cueva de las peonias, por ello nos llevamos también unas latas grandes en las cuales podíamos colocar una vela para tener luz en la cueva, fue algo bastante arriesgado y memorable. Pero no conseguíamos la cueva, primero con mucha suerte conseguimos una cola hacia el pueblo de Barbacoas (Lara). A nuestra llegada, allí paseaba la soledad, inmersa en paz, ahogada en el silencio de sus alrededores y buena para con nosotros. Con un hambre insaciable fantaseamos con todas las comidas que habíamos dejado en El Tocuyo, cada cosa que nos preguntábamos si habíamos traído era respondida con un doloroso “Lo dejamos en El Tocuyo”. Fuimos al pueblo ya que debíamos comprar fósforos y velas para tener luz en la cueva. La bodega a la que fuimos estaba muy sola, allí compramos algunas cosas que necesitábamos con la recortada billetera que llevábamos, compramos dos cajas de fósforos, un jabón azul y pasta de dientes. Caminamos la calle principal muy corta de aquel pueblo que el sol freía, vimos a las familias disfrutando de ese sol, fuera de sus hogares, nadie allí los podría perturbar. Henry y Gustavo compraron un dulce mejor conocido allí como “Chancleta”, muy duro era aquel dulce. En las afueras de ese pequeño restaurant donde Henry y Gustavo compraron aquello, nos sentamos, disfrutando de esa tranquilidad tan necesitada. Mientras un pueblerino se reía de Henry que mojaba la “Chancleta” en una bebida láctea que se preparó, como para tratar de ablandar el dulce, cosa prácticamente imposible. Y es que Henry hacía apenas una semana se había sujeto a la extracción de sus muelas del juicio, llamadas así porque hacen su aparición en una edad en la que el hombre adquiere algo de juicio. Esto entonces traía a Henry arrastrado, las altas temperaturas y las largas caminatas inflamaban más los cachetes de Henry y retrasaban más la recuperación, sin embargo, ahí estaba Henry, comiéndose el dulce más duro que he comido, a pleno sol quemante, en uno de los pueblitos más remotos del Estado Lara y de Venezuela, y echando chistes como un niño. No le entendíamos ni media palabra a lo que decía el anciano que al parecer se reía de Henry, cada persona que nos pasaba por un lado nos saludaba, como hermanos, panas de toda la vida y bueno creo que la mayoría se quedaba viendo la cara hinchada de Henry. Nuestra retirada del lugar fue algo triste, tratamos de hacerla lenta, enlenteciendo nuestros pasos, pero las calles eran tan pequeñas y el pueblo tan chiquito que salimos rápidamente. Conseguimos de nuevo un aventón, madre de las suertes, esta vez con unos maracuchos en un autobús. Eran 4 maracuchos echadores de broma, pero de las malas, ellos iban hablando de mujeres y riéndose a carcajadas descompensadas, Henry reía con ellos no sé de qué. Estaban hablando de repente de una fruta que habían comido y se reían. -Compadre esa fruta de la que hablan es de la que tienen los cactus que están por todo el camino ¿Verdad?-Preguntó Henry- -Si pana -¿Y se puede comer verdad? -Ahh…bueno si claro, claro, es bien buena-Sentenció uno de ellos mientras los otros se reían a gran placer- Algo andaba mal con lo de la fruta, no les creí nada aquello de que era buena. Nos dejaron justo donde empezaba el camino para la cueva de las Peonías, las peonías son flores muy hermosas, que suelen ser solitarias. Comenzamos el camino hacia la cueva que fue bastante fuerte, además el estreñimiento psicológico se estaba agotando en nosotros. A fuerza de puro corazón llegamos a la entrada de la cueva y allí preparamos todo, debíamos estar bien preparados para si se nos apagaba una vela de nuestras precarias linternas endógenas. Algo nerviosos, nos adentramos en el mundo de la espeleología, solo por aventura. Allí se prendió el aire acondicionado, Henry y Gustavo me explicaban las diferencias entre las estalagmitas y estalactitas, asunto desconocido en aquel momento por mi precario conocimiento. La oscuridad nos tragó, como un monstruo que devora pequeñas especies insignificantes, nos adentramos en aquel pequeño mundo, con mucho cuidado íbamos. Gustavo insultaba a Henry por cualquier cosa y yo iba con un miedo terrible, imaginaba que algún animal o especie de Chupa cabras terminaría con nuestro viaje, o peor aún, que bien adentro de la cueva el oxígeno se agotaría y nuestras velas fallecerían quedando nosotros perdidos, sin luz y sin formas de regresar. Qué pésimos pensamientos. Para mayor preocupación nos habían echado un cuento de que allí habían muerto un perro y una muchacha hacia un tiempo, perdidos. Tonta mentira en la que caímos, un perro con su astuto olfato y su visión no se perdería allí como un tonto humano mentiroso o fanfarrón. No llegamos demasiado lejos, el miedo nos contuvo, salimos como en 40 minutos de la poca concurrida y larga cueva, el camino debía continuar. Algo mareados durante aquel camino, decidimos recortar el paso, es que verdaderamente estábamos comiendo bastante mal, necesitábamos nutrientes que nuestro organismo exigía para realizar actividades tan exigentes. Seguíamos entonces de vez en cuando con aquello de: -Miguel, ¿tienes galletas María?-Preguntaba Gustavo- -Las dejé en El Tocuyo -Gustavo ¿Qué tienes ahí para picar? -Ya Henry, nada, tenemos que guardar comida para más tarde. Henry no entiende las vainas, ¿Verdad Miguel? -Cónchale Gustavo pero ves cómo eres tú. -Más tarde nos comemos los atunes con el pan árabe de Miguel y preparamos algo de tomar.-Reponía Gustavo. Ahora el camino debía continuar ¿Qué sigue? ¡Ah ya!
2 Comentarios
Juan Luis Vivas O.
16/5/2015 05:20:52 am
Que buen escritor, felicitaciones. Me pude imaginar todo el escenario fácilmente.
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Miguel Ortega
16/5/2015 07:13:22 am
Muchas gracias pana. Si lo deseas puedes compartir el blog, gracias de antemano y saludos!
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AuthorMúsico, Escritor y estudiante En prensa:
RELATOS Razones para reír Dame uno andino Un viaje repentino Pasos Misteriosos ¿Qué será de los libros de historia? Sentados en el Malecón El buen venezolano Pasos misteriosos 2 Con media mochila El gigante de Mifafi Que se apaguen las alarmas La travesía Sin oxígeno ¿Miguel, activo para Chuao? Cuando Respiramos La precariedad ¿Tú todavía estas esperando los 30bs? Carreras por debajo del asfalto Tonada de las Olas Tonadas del mar Caribe Tonada de la medianoche Humboldt La paciencia Los caminos La imaginación El miedo La victoria El descenso ¡Entra en nuestros blogs!
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