Los caminos
“El amor y el deseo son las alas del espíritu de las grandes hazañas” Goethe Las casualidades son un asunto bastante extraño. No he visto por ningún lado estudios que se dediquen a investigar las casualidades ¿Por qué se producen? ¿Existe algún punto en el que los átomos se atraen a tal punto que generan una fuerza tan celestial que hacen que dos cuerpos se encuentren? ¿Es causada la casualidad por algún Dios que juega con los corazones de los humanos y se conmueve al darles vida a estas? ¿Qué es la providencia? Los hombres no se dedican a estudiar estas cosas, un científico que se encargue de realizar estas labores seria visto como un enfermo y burlado por el popule. Este escritor admiraría esta labor, quizá el miedo al bochorno y el fracaso ha impedido que algún hombre se ocupe en esto, pero… ¿y si fuese exitosa su conclusión? He allí escondidos muchos secretos de la vida. Los rayos de luz tenues me dieron la señal de que la mañana había llegado por fin, luego de esa eterna noche. Las sonrisas que se reflejaban en los rostros de cada uno de nosotros eran envidiables para muchos. Tabay y Humboldt estaban allí acompañándonos, la primera muriendo de frio buscando cobija y el segundo jugando con Alfredo en el suelo. Nuestros deseos aquel día se basaban en bajar a Tabay, desayunar comidas típicas, ir al terminal a buscar pasajes para regresar esa noche a Valencia y seguir comiendo. El frío en la Mucuy Alta nos acompañaba suavemente y se iba retirando poco a poco con la llegada del sol. Guardé una gran cantidad de ropa empapada en la mochila, me cepillé y esperé a que el resto del grupo acomodara sus equipos. La sensación de éxito estaba muy fresca, con respeto nos retiramos del lugar, luego de ayudar a los dueños del pequeño local que hace presencia en la Mucuy, allí venden café, tortas, quesillos y almuerzos que alegrarían a más de uno en esas temperaturas. Sierra Nevada, me preguntaba si algo mas me esconderías, si algún deseo me cumplirías. Alfredo se separó del grupo prometiendo reencontrarse más tarde con nosotros, el plan era almorzar pizza en uno de los locales recomendados por Alfredo, ubicado en la ciudad de Mérida. Mientras tanto, Eduardo, Gustavo, Morales y yo bajamos hasta Tabay en una Jeep desde la que observamos una bellísima vista del color verde y los puntos rojos, blancos, rosa y fucsias que emperifollan la montaña. En los alrededores de la plaza Bolívar de Tabay mucha gente caminaba, más turistas que pueblerinos de cachetes sonrosados y miradas de paz. Nos detuvimos a desayunar en un local muy económico, pedí tres pastelitos y un jugo de mora, un pastelito era de queso, otro de queso con papas y el último de carne molida. Me salió tan barato que fui luego a comprar una dona en un local cercano, una panadería. Muy complacidos de la comida nos fuimos de allí con grandes sonrisas a tomar un bus hasta la ciudad de Mérida. En ese camino descubrieron mis ojos por primera vez al Pico Bolívar y sus pequeños glaciares que se descubrían mostrando su grandeza. Cuando nos bajamos de aquella máquina, comenzamos a caminar buscando llegar al terminal para comprar los pasajes. Llegamos más o menos a eso de las 10 al terminal y allí nos enteramos que al parecer no quedaban pasajes para Valencia, de ser así deberíamos salir esa misma mañana a Barinas y desde allí tomar otro autobús a Valencia. Entre tanto Gustavo y Eduardo se encargaron de buscar el pasaje, a mí en cambio, me tocó lidiar una batalla contra el sueño que estaba a punto de noquearme. Me senté a descansar un poco mientras esto ocurría, con los ojos entrecerrados recordaba todo lo que ocurrió en los últimos 6 días. Comencé a pensar que quizás por un golpe de suerte vería a Nacha y Yael en el terminal de autobuses, por allí sentadas o quizás entrando con sus pesadísimas mochilas, la fortuna no es tan sencilla de conseguir, se esconde tanto que cuando la hallamos no sabemos cómo hicimos para encontrarla. Este no sería el caso, la fortuna se me escondió y de las manos escapo, decidí no seguir buscándola más, sin embargo no separé mi vista panorámica de todo el terminal hasta que salimos de él, era la última gota de esperanza, esta se derramo y desapareció rápidamente. Eduardo y Gustavo resolvieron el problema de comprar un pasaje de autobús, este problema nos acompaña cada viaje. Después de tomarme un pequeño café, salimos a la ciudad, el próximo destino sería el mercado principal de Mérida. Eduardo y Gustavo dejaron sus mochilas en el terminal pagando para que fuesen guardadas. Cruzamos la Avenida Las Américas, vi un autobús con un aviso que indicaba que pasaba por el Mercado y allí me subí por la puerta de atrás, Eduardo y Gustavo se subieron por la de adelante. Allí volteaba la mirada a mi derecha para observar al pico Bolívar y sus glaciares sofocarse por el fortísimo sol que pegaba en el lugar. Nos bajamos justo en la esquina en la que al cruzar de nuevo las Américas te topas con el Cuerpo de investigaciones científicas, penales y criminalísticas. Solo recorrimos en ese bus dos largas cuadras. Al bajarme recuerdo que el autobús iba llevarse por delante a un anciano que iba a subirse a él bus, los clientes del autobús gritaron fuertemente al conductor para que se detuviera y luego varios ayudaron al adulto mayor a subirse. Posterior a ello decidí cruzar la calle rápido, casi corriendo, quizás era la atracción de los átomos de la que les escribí hace un rato. Luego cruzamos todos lentamente, yo iba un poco más adelante que Eduardo y Gustavo, ellos conversaban sobre algo que no recuerdo. Vi un edificio entonces de pared blanca de unos 3 o 4 pisos con un título incluido “Mercado Principal de Mérida”. Bajé la mirada y vi algunas personas saliendo por la parte trasera del Mercado, una puertita por la que pensé “Creo que mi mochila no va a poder pasar por allí”, luego vi descender por unas escaleras a una muchacha de cabello castaño con rulos que podían hipnotizar a cualquier hombre, su cabello abundante cubría un poco su rostro que veía hacia donde pisaba para no caer por las escaleras. Entonces no aparté mi vista de ella hasta que bajó las escaleras y levantó su rostro. Entre tanto, mi mente jugaba malabares con los recuerdos. “¿Esa es Yael? No, no, no, imposible, se parece bastante pero bueno Miguel, no es, es demasiado parecida ¿No te parece? Igualita vale, pero es tan imposible que sea ella que bueno, te recuerdo que no es” Creí estar soñando, es probable que me haya quedado dormido en el terminal de autobuses, en aquel banco gris, también es probable que me haya quedado dormido más tiempo en la Mucuy Alta, recuerden que pasé la noche sin dormir. Entonces sentí el peso de mi mochila, el sol que me daba palmaditas en la cabeza y mis ojos hicieron entender a mi corteza que la mujer que estaba viendo era efectivamente Yael, ella aun no nos había visto. Aceleré el paso y algo exclamé ¿Qué dije? Ella volteó y nos observó con una mirada de sorpresa increíble. Estaba con ella Nacha también, con un vestido azul muy radiante. No necesité más para alegrarme, nos saludamos con fortísimos abrazos y sonrisas muy grandes se dibujaban en nuestros rostros, tanto sonreír me generó dolor en los músculos risorios. Hablamos y hablamos de miles de cosas, no sé cómo describir todo lo que hablamos, una felicidad plena me invadía en aquel momento. Gustavo, Nacha, Yael y yo nos mirábamos sonrientes, porque nuestros caminos coincidieron nuevamente, porque era imposible lo que ocurría, fue como ver a Napoleón perder la batalla de Waterloo en 1815, ver caer imperios egipcios, extinguirse, ver al curioso Cristóbal descubrir otro mundo. Fue sencillamente lo menos probable que podía ocurrir pero se hizo realidad. Hablamos largo rato, entramos al mercado y les ofrecimos a ellas beber un Levantón Andino, bebida de la que hablaré más adelante. Allí, entre muchas risas se podía contagiar la felicidad que irradiamos, hasta que de pronto nos tuvimos que despedir de ellas, entre tantos cuentos y risas. Algunos momentos se graban y nunca se borran de tu ser, aunque las neuronas de la memoria fallezcan y la enfermedad del olvido que un señor descubrió nos invada, nunca podrán borrar estos recuerdos de nuestra vida. Me despedí de Nacha nuevamente con un gran abrazo y luego de Yael con tres o cuatro largos y fuertes abrazos, ese momento es invaluable en mi vida ¿Cómo vas a esconder tanta felicidad en un solo momento Miguel? Aun no lo sé pero esta rebosara y se escapara, ojala le brinde así felicidad a otras almas. -Chao, nos vemos pronto.-Con una sonrisa- Con eso y un beso que me lanzo Yael con su mano nos despedimos. Fue similar a la despedida en Cepe aunque el lugar fuese tan diferente, eran las mismas energías, las mismas ganas de lanzarme al mar y regresar a buscarlas. “El amor es una parte del alma misma, es de la misma naturaleza que ella, es una chispa divina; como ella, es incorruptible, indivisible, imperecedero. Es una partícula de fuego que está en nosotros, que es inmortal a infinita, a la cual nada puede limitar, ni amortiguar. Nos sentimos quemados en la medula osea y se puede ver brillar en el fondo del cielo”
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AuthorMúsico, Escritor y estudiante En prensa:
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