El descenso “Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha” Víctor Hugo Ya en la mañana aquel ser había desaparecido del lugar, sin embargo su presencia parecía ser plena en lo más alto del Humboldt. Aun había nubes cubriendo el lugar, sin embargo algunos rayos solares intentaban herir al glaciar ¿O brindarnos luz? En la madrugada el raro personaje se fue solo a subir el pico. Almorzamos cómodamente, recogimos todo, el orden imperaba en el lugar. Toda la basura iba bien ajustada a nuestras mochilas en una bolsa negra. Un viaje extenso nos esperaba. A las 10:15 am partimos del campamento base del pico Humboldt. Fue una durísima despedida, las nubes nos ocultaron el hermoso glaciar, no pudimos despedirnos educadamente de aquel brillo. Las celosísimas nubes nos corrían de aquel lugar, pequeñas gotas de agua nos advertían. Recuerdo que la crecida caída del tapón de la Laguna Verde fue el primer obstáculo que tuvimos, tardamos unos 20 minutos en cruzar esta parte del camino. Salté sobre una piedra terriblemente sostenida en el rio, tambaleó duramente al ser pisada por mi pie, creo que con un poco más de mala suerte y quizás el desenlace hubiese sido fatal. Fueron caminos resbalosos, lodosos, complicados. Cada vez que me acercaba a los Lomos de las ballenas sentía un temor tremendo, me recordaba las veces que había resbalado unos días antes por este paso, sin embargo con firmeza superé este camino, no antes sin comer las deliciosas naranjas que Freddy nos regaló a cada uno. Por el camino fuimos separándonos nuevamente, quede esta vez con el veloz Gustavo Morales. Eduardo iba al paso de Gustavo y Alfredo permaneció con Freddy. Morales y yo intentamos retar al tiempo: -Vamos a ponernos como meta llegar a la Laguna Coromoto máximo a las 1 de la tarde. -Dale.-Respondió- Superamos sin dificultades el paso de las Lajas, la Piedra Agrietada, El puente quemado y seguíamos, bebiendo solo de vez en cuando un poco de té verde que cargaba en mi botella de plástico. Nuestras rodillas sufrían y pronto nos cobrarían una cara factura impagable. Llegamos a la Laguna Coromoto a eso de las 2:30 pm, esperamos aproximadamente una hora al resto de los muchachos, allí descansamos lo suficiente, comimos, recargamos nuestras botellas con agua y partimos aproximadamente a las 3:15 pm. En la selva los sudores nos fatigaron, fuimos guardando nuestras ropas progresivamente. La lluvia en aquella selva iba y venía. Mi bolsita de papelón se había acabado, solo me quedaba el agua y algo de cereal. En un punto del recorrido Alfredo reparaba algo en su mochila, en ese momento el grupo se separó nuevamente. Alfredo advirtió tener a la mano linternas para cuando la noche llegase. Morales a una velocidad tremenda se adelantó al punto en que no lo vimos más desde aproximadamente las 4:30 pm. Gustavo, Eduardo y yo permanecimos juntos, Alfredo se quedó un poco atrás con Freddy hasta que los perdimos de vista. Eduardo, Gustavo y yo íbamos a gran velocidad por aquella selva, pasamos por la Quebrada del Oso, ya con un gran cansancio encima, sin embargo yo iba aun con una paciencia que parecía invencible pero que ese día la naturaleza retaría. La neblina fue cubriendo con fuerza aquella selva, solo veíamos aquellas gigantes verdes cubrirnos y aquella blanca compañera que ahora parece esperar con ansias cada uno de nuestros viajes. La naturaleza crepuscular se empezó a comunicar con nosotros: “Gracias por venir muchachos” “Felicitaciones mis panas, mándenle saludos a Morales cuando estén con el” “Aplaudo su trabajo compañeros” “¿Qué? Lo hicieron, mira Carlos mira, los muchachos están de regreso, ¡Lo lograron!” “Los esperamos pronto, recuerden llevarse la basura” “Ahí la llevan ¿Acaso estas ciego?” Las verdes plantas nos despedían de ese modo, ellas me hacían reír durante el largo camino, yo las tocaba con mis manos a modo de agradecimiento por sus bellas palabras. Las rocas eran un poco más gruñonas, solo se quejaban y quejaban de nosotros. En caminos posteriores muchas aves comenzaron a comunicarse: “Epa, apúrense que se les viene la noche, acuérdense que aquí hay muchos pumas” “Muévanlo, muévanlo, que les vaya bien y coman bastante allá abajo” Uno más sabio me advirtió “Miguel, cuidado por la noche, ella los alcanzará, no lo dudes, cuídense” Primero fue un quetzal, luego un colibrí y finalmente un pico de frasco me advirtió desde lo alto de un tronco. Es complicado ver estas aves, ellas se esconden de los seres destructores, temen ser aplastados por ellos, aunque algunos solo busquen endulzar su retina al verlos. Camina por el lodo hasta que tus pies estén coloreados de negro, abraza esos árboles para no caer, acaricia aquellas plantas que tanto oxigeno te ceden, tu piel será ahora más pura, tus ojos más limpios, tu mente más claridad emitirá. El sol poco a poco se nos ocultaba. Miles de chicharras comenzaron a advertirnos: “Apúrense, apúrense, apúrense, que la noche se los traga” Así apuramos el paso drásticamente pero la llegada se escondía y la niebla nos ocultaba la civilización. Tomamos caminos estrechos, recordábamos muchos caminos, sin embargo la selva es tan densa que siempre parecíamos estar perdidos. -Yo me acuerdo de esto, por aquí pasamos-Decía Gustavo- Eso me aliviaba muchísimo, sin embargo, pensé que perdernos estaba a la vuelta de la esquina, la selva me estaba venciendo. Recuerdo también que íbamos tan juntos y había tantas ramas que muchas de ellas las dejaba Gustavo en el camino y chocaban mi rostro, llegando a herirme varias veces, luego Gustavo y la planta pedían disculpas. Y la oscuridad se hizo dueña de esta obra. Nuestras pupilas se dilataron al máximo, a pesar de esto, en cierto punto las sombras no existían siquiera, todo se hizo negro para nuestros ojos. Me dejaron ir adelante con mi linterna, iba poco a poco guiando a Eduardo y Gustavo por esa penumbra, cegadora. Recuerdo repetir miles de veces: “Por aquí” “Viene una bajada” “Pilas con esta rama” “Aquí hay una piedra ¿La viste Gustavo?” “Espérenme ahí, no se muevan, no se muevan” “Pegados a su derecha, a la izquierda hay un barranco” Todos comenzamos a perder la cabeza, el cansancio, el peso y los dolores corporales frustraban a Gustavo y a Eduardo, a mí la tensión del momento, la batalla contra la oscuridad, trataba de no ver aquello como una batalla ¡Imposible sentimiento! Pensé que podríamos pasar la noche entera en esa selva. Los sonidos en aquella selva se hicieron amenazantes ahora, se burlaban de mí: “Tonto, te perdiste”-Gritaban ensordeciéndome- Las plantas despavoridas que antes me apoyaban ahora temblaban de miedo y silenciosamente decían: “Cuidado muchachos, cuidado por favor, rogaremos porque estén bien” Algunas con lágrimas murmuraban palabras similares. Los sonidos de esta selva se hicieron salvajes, trataba de imaginar muchas cosas ¿Qué animal hizo ese sonido? ¿Qué es aquello? Pero sin respuesta, lo único que había allí era oscuridad. La fauna y la flora que nos apoyaban ahora se ocultaron, era el turno de otra naturaleza de hacer presencia y conocernos. Esta parte del sendero nos llevó varias horas, interminables horas, desesperantes. Los muchachos me pedían descanso y me reclamaban más luz de mi linterna, por suerte nunca discutimos mucho, la paciencia grupal nos contuvo. El camino a veces parecía el mismo, pensé por un momento estar dando vueltas por un mismo lugar. Ya pasadas quizás 3 horas desde que llegó la oscuridad, vi unas escaleras que me recordaban plenamente el inicio del recorrido hacia casi una semana. La oscuridad que nos golpeó esa noche estaba por terminar. Llegamos a la Mucuy con unas palabras de Gustavo que se me grabaron, hasta ese timbre: -Solo faltan los créditos. El final de esta historia parecía terminar. En la Mucuy, Morales estaba a punto de dormir, lo encontramos y le comentamos lo que fue nuestro viaje por la oscura selva. Eran las 9:30 pm, esa fue nuestra hora de llegada. Un día entero bajando. En unos 30 minutos llegaron Alfredo y Freddy, exhaustos igualmente. La noche fue eterna, no dejé de pensar, pensé en mi familia, en mi hogar, en lo que fue el viaje, en la culpa aun de haber dejado mal a Nacha y Yael. Pense por un momento ¿Dónde estarán ahora? ¿Y si mañana nos llaman para encontrarnos? No, imposible, después de lo anterior, lo dudo. ¿Pero…la fortuna podrá? Así, el insomnio imperó, dictó esa noche la obra, veía la hora para saber cuanto faltaba para el amanecer, apenas era medianoche y el sueño no llegaba, el día que había pasado me atormentó. De pronto, la fortuna llegó, Tabay la pequeña perrita que me acompaño la primera noche en la Mucuy Alta se acercó a nuestros sacos de dormir y decidió dormir nuevamente a mi lado, molestándome toda la noche, sacándome unas cuantas sonrisas. Así, con algo de insomnio aun, pude dormir a duras penas, quería un día en Mérida para comer, caminar, conocer y descansar ¿Qué pasaría? Logré quedar dormido a eso de las 4:.30 de la madrugada, nos levantaríamos a las 6am.
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AuthorMúsico, Escritor y estudiante En prensa:
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