El gigante Cuando regresamos al valle de Mifafi, caminamos unos pocos kilómetros para alcanzar una zona de camping. Con el peso de las mochilas se triplicó el esfuerzo físico. Entre Rafael y Henry ayudaban a llevar la mochila de Daniela. Cada quien iba a su ritmo, pero todos deseábamos llegar pronto a el valle y acampar. Vimos los cielos al llegar a la zona de camping, a partir de allí me sentí en una película, el valle nos mostró paisajes que nunca podrán ser captados de mejor manera por una cámara, el ojo humano y las emociones hacen de aquellos paisajes pinturas inigualables incluso para el mejor pintor. Llegó la noche y las nubes se hicieron participes. La música llegaba a mis pensamientos, notas formadas por la belleza del lugar, notas sutiles que dejaban escuchar los soplidos del viento, que dejaban escuchar el fluir de los ríos, violines entraban piano e iban crescendo y luego decrescendo, los contrabajos y los violoncelos les acompañaban, con sutilidad. De repente un contrabajo hacia un crescendo, en el momento preciso. Las trompas, y los trombones hicieron su aparición luego de un silencio de cuerdas, eso sí, con una sutileza envidiable por cualquier orquesta, tan piano que nunca se sospecharía de los metales. Una flauta regalaba una corta melodía, una frase que daría lugar a una respuesta. Luego de un breve silencio aparece un piano con trinos, que dejaban apreciar todas sus notas con sencillez, sin apuros, trinos perfectos, el metrónomo no dominaba la música. Solo dominaba la mano del ejecutante que trataba de darle notas a aquel excelente lugar. No pude determinar la tonalidad, mis oídos poco expertos y mi mente se dejaron llevar por la música y nada podía interrumpirme. No tenía ni el más pequeño papel para escribir aquella sinfonía. En mis pensamientos ha quedado y pronto un hecho será. Con la llegada de la noche solo nos quedaba prepararnos algo de comer y luego dormir, debíamos guardar energías para subir el pico Pan de Azúcar dos días más tarde. -¿Quién quiere ir mañana conmigo a caminar desde aquí 6 kilómetros para conocer el domo de Mifafi?-Preguntó Henry al grupo- La mayoría apoyo la idea, solo Eduardo y yo dijimos de una vez que no, estábamos muy cansados, además para ir allí debíamos madrugar a golpe de 4:30am. Cocinamos una pasta que más bien parecía gelatina y luego de hablar y reír un poco nos fuimos a dormir. Allí por cierto nos conseguimos con dos viajeros más, ellos ya conocían más del lugar y nos dieron algunos buenos consejos. El sueño nos alcanzó, esta noche fue más tranquila, el frío nos conseguía lentamente, aquella noche Vanessa no pudo dormir a causa del mismo. Daniela, Vanessa y Rafael estaban en una misma carpa y les fue bastante mal con el frío. Entre despertares molestos a causa del frío y el poco movimiento que podía realizar en la carpa que ocupábamos Henry, Eduardo y yo, pasé la noche. En algún momento Henry sale de la carpa y empieza a levantar a todo el mundo para ir al Domo de Mifafi. Nadie salía de las carpas y yo entre despierto y dormido escuchaba todo lo que decía Henry, que intentaba convencer a todos para ir al Domo, sin recibir respuestas alentadoras. Después de un rato me imagine a Henry congelándose afuera y con rabia de no poder visitar el lugar, o quizás decidía irse solo, no lo sé. -Epa Miguel, vamos a darle al Domo ¿si va?-Me dice Henry desde afuera de la carpa- -Ya va ¿Qué hora es?-pregunté, quizás a Henry se le ocurrió levantarse a las 3 de la mañana- -Son las 4:30, vamos a aprovechar chamo, anda. -Ya va. Pasaron unos segundos en los que pensé el asunto: ¿Cómo le voy a decir que no a Henry? ¿Cuándo volveré a venir para este magnánimo lugar? Me arrepentiré mucho tiempo si no voy, solo vi las fotos y me emocione, ¿Cómo será verlo de cerca? No puedo ser tan tonto, pero, el frío afuera debe ser horrible. ¿Y qué haré si me quedo aquí mientras tanto? Esta serie pensamientos me llevaron a salir de golpe de aquella carpa, tomé la linterna, la cámara y algunos bocadillos para partir. Salimos de allí entonces en la oscuridad y con un frío tremebundo. El camino estaba muy marcado, como una carretera de tierra. Compartimos la comida lo más que pudimos para no pasar hambre y tener suficientes energías. El camino fue bastante largo, cada paso valió la pena, este valle pertenece al páramo de La Culata y nos hizo ver realmente la belleza de este páramo que vistas muy hermosas nos regala. Cada colina que escalábamos nos hacía creer que llegamos a ver el domo desde allí, pero cada una nos alentaba diciéndonos “Vamos muchachos, todavía falta, pero si no llegan si es verdad que están perdiendo su tiempo” Después de un largo rato caminando y comiendo, logramos llegar a un punto donde observábamos el gigante Domo de Mifafi, que se alza con ímpetu y poder sobre todo el lugar, es una formación rocosa que mide 300 metros, su base se encuentra aproximadamente a 4000msnm y por tanto su cima a 4300msnm. Cuando llegamos solo quedamos sentados admirando el monumento natural, honorificándonos uno al otro por haber llegado allí, por nuestra entrega. La noche anterior ni siquiera se me ocurrió pensar en caminar hasta allá, todo por el cansancio. Pero todavía puedo decir que tengo algo de conciencia buena que me hizo cambiar de opinión, alcanzamos la gloria de las que les hablo continuamente. Nadie puede otorgar gloria, la gloria no te hace superior a los demás, sino que te hace sentir igual que los demás y te hace repensar cuestiones de la vida que uno nunca se pondría a pensar en una cotidiana ciudad. Estando allí te das cuenta de que en realidad somos bastante pequeños y que si hay algo que nos puede hacer grandes es tratarnos con igualdad y respeto. Aunque creo que esta idea no se cumple en Venezuela, no pierdo las esperanzas y sé que algún día seremos grandes. La admiración duro unos veinte minutos, debíamos volver a recoger las carpas, ya que este día debíamos aprovecharlo al máximo. Entonces regresamos, conocimos a dos señores quienes nos mostraron la temperatura aproximada del lugar, 7 grados centígrados. El regreso fue confortable, tranquilo, el sol ahora nos brindaba una imagen mucho más nítida y podíamos ver muchas vacas y caballos adornando el lugar, ya la música no era necesaria, solo provocaba quedarse allí la vida entera apreciando la belleza natural que tanto falta le hace a nuestras mentes que son un poco afectadas por el ruido, el estrés, el odio, el costo de vida, la inseguridad y demás cosas que nos escupe la ciudad.
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AuthorMúsico, Escritor y estudiante En prensa:
RELATOS Razones para reír Dame uno andino Un viaje repentino Pasos Misteriosos ¿Qué será de los libros de historia? Sentados en el Malecón El buen venezolano Pasos misteriosos 2 Con media mochila El gigante de Mifafi Que se apaguen las alarmas La travesía Sin oxígeno ¿Miguel, activo para Chuao? Cuando Respiramos La precariedad ¿Tú todavía estas esperando los 30bs? Carreras por debajo del asfalto Tonada de las Olas Tonadas del mar Caribe Tonada de la medianoche Humboldt La paciencia Los caminos La imaginación El miedo La victoria El descenso ¡Entra en nuestros blogs!
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