La victoria “Una retirada a tiempo es una victoria” Napoleón Bonaparte Al parecer nos levantamos a las 5 de la mañana, Alfredo decidió no salir tan temprano por el frio implacable que nos esperaba afuera. A las 5 este señor estaba aún afuera esperando carcomer nuestras pieles. Salimos muy abrigados y así a este señor se le hizo más difícil su labor, recogimos lo necesario y partimos. Cada uno iba con un casco en su cabeza, arneses y de 3 a 6 abrigos para protegernos, 2 a 3 pares de medias, gorros y un pequeño bolso para llevar algo de comida y otros implementos que podían ser necesarios. En ese pequeño bolso llevaba una bolsita con papelón rallado, 3 naranjas que me dio Alfredo, un Chocolate, una bolsita con cereal, una galleta María, una navaja, mi cámara, pilas de repuesto, una linterna y un pequeño estuche donde guardaba la caracolita de Tuja. Al iniciar el sendero me sentía cada vez más ahogado por el exagerado abrigo que llevaba, ¡Ah claro! También llevaba en mis brazos un envase de un litro y medio de capacidad lleno de agua. El frio en su desesperación por entrar donde le place decidió invadir los terrenos más accesibles y menos oxigenados de nuestro cuerpo, las extremidades. El ascenso inició muy complicado, caminos muy empinados se nos interponían, por esta razón hacía varias paradas tratando de captar algo de oxígeno, ahora era más desesperante su ausencia. Sin embargo, a medida que ascendíamos iba acostumbrándome a esas presiones. El mayor miedo que me violentó fue el frío en los pies, sentía un dolor tremendísimo al mover los dedos, algunos de ellos incluso habían perdido movimiento casi por completo, entonces Alfredo me recomendó retirar las medias y caminar sin ellas. Así lo hice y poco a poco fui recuperando la sensibilidad. En ese camino nos acompañaron frailejones, estos, con mucho silencio nos señalaban el camino, no decían más palabras. Acaso escuché a uno de ellos decirme algo: -Miguel, no esperen que se haga muy tarde para descender, cordura y consciencia. Ese camino estaba hecho de mucha tierra que en un punto se hizo de lo que le llaman “Los arenales”, un camino de tierra, casi arena que hace de este paso un poco más complicado, si eres desafortunado y pisas muy fuerte puedes descender rápidamente los pasos que acabas de ascender. El glaciar se escondía y de pronto de se descubría para prontamente volver a cubrirse. La vista era magnifica, podíamos ver como se revelaba la Sierra de La Culata ante nuestros ojos, esa inmensa sierra nos hacía ver lo alto que habíamos llegado. En aquel punto también era fácil observar las nubosidades que se acercaban, empezaron a cubrir poco a poco las montañas, incluyendo el Humboldt, ahogando nuestros sueños nuevamente. Yo iba caminando de último junto a Freddy que iba muy cansado. El camino estaba hecho en ese momento de muchas piedras. Alcé mi vista al cielo y vi como un pedazo de nieve se acercaba hacia mí, era Gustavo que nos había lanzado una bola de nieve. Con una sonrisa nos miraba. Tome ese pedazo de hielo con mis manos lo observé y se lo pasé a Freddy. Debieron pasar 4 días desde que iniciamos este duro ascenso para poder tocar por primera vez en nuestras vidas nieve en el trópico, nieve en Venezuela. Tan cerca del Caribe y tan frio aquel paraíso. Algún ser extraño paseaba por esas piedras y nos observaba, no parecía alegre, no parecía enfadado ni triste, parecía templado. Nos veía con algo de indiferencia y seguía su camino, ascendía con nosotros cerca pero a veces descendía y nos miraba con algo de preocupación. Cuando empezamos a ver más nieve Alfredo dice: -Bueno muchachos, bienvenidos al glaciar La Corona del pico Humboldt, de aquí en adelante lo que hay es nieve parejo. A partir de allí aquel ser extraño, vestido de blanco, descendió lentamente de la montaña, echó una mirada hacia atrás, nos observó con una mirada terrible, era una advertencia, quizás. Sin embargo continuamos el camino. Freddy, Eduardo y Alfredo escalaron por el lado del glaciar, Gustavo, Morales y yo ascendimos por un lado más colmado de piedras, no teníamos el equipo necesario para escalar. Al llegar allí solo nos quedaba recorrer el glaciar. La neblina había cubierto por completo el escenario, volvía esta compañera un poco indeseada a ser parte de nuestros viajes, cada vez más espesa, más blanca y más dura. Gustavo, Morales y yo debimos esperar el lento ascenso por el glaciar que hacían Alfredo, Eduardo y Freddy. Al llegar el resto del grupo pregunté a Alfredo: -¿Y ahora que Alfredo? Reunió al grupo completo y expuso la situación, la neblina había cubierto nuestra vista por entero, ni siquiera podía diferenciarse el blanco de la neblina con el blanco del glaciar. Quizás esperar más era un suicidio. Entonces decidió invitarnos a caminar un poco por el glaciar y llegar hasta la base-cumbre del pico. Caminamos así por ese disco de hielo gigante, con sumo cuidado al dar cada paso, sin embargo era casi inevitable hundirse de vez en cuando hasta las rodillas de nieve. Cuando llegamos a la base-cumbre del pico vimos el problema en el que estábamos metidos, quizás nos faltaban menos de 80 metros para llegar a la cima, sin embargo, la neblina era tan espesa que nos hubiese atrapado por completo. -Bueno muchachos, creo que lo más prudente es que lleguemos hasta aquí-Dijo Alfredo- Con gran tristeza dirigió unas palabras a nosotros para felicitarnos y se disculpó por no hacernos llegar a la cumbre, a pesar de ello el grupo entero le apoyo diciendo “Habernos traído hasta aquí es una victoria muy grande para ti Alfredo”. La victoria ¿Qué es? ¿Es acaso esa sensación de decirle al mundo que venciste a la naturaleza? Sencillamente eso sería ridículo, la naturaleza no se vence, dentro de nosotros ella mueve nuestra alma. Las grandes sociedades han sistematizado tanto al cerebro que incluso la naturaleza ha dejado de comandar muchas almas, ahora necesita más contacto con esas almas para prevalecer. Algunas almas de una ciudad son realmente algo tristes, y si no lo parece entonces es que esconden esa tristeza infame en sus hogares o en algún lugar de su subconsciente. Hoy día muchos dicen que vivir cerca de la naturaleza no es para ellos, al parecer hemos olvidado de donde provenimos. Por siglos el hombre se ha enamorado de la naturaleza, hoy día hay hombres que se han encargado de divorciar al hombre de esa bella mujer, ¿Por qué? No lo sabemos, quizás nuestra mente no alcance a conocer tanto odio en el mundo. Parece ser más bien que hoy el hombre odia a la naturaleza, la ensucia, la escupe, la evita y la maldice. No todos los hombres son así, sin embargo gran parte de ellos olvidó su origen, olvidó quien lo cuido y le dio alimento por siglos. La victoria está realmente en encontrarnos con la naturaleza y amarla, visitar a quien nos cubrió y nutrió desde tiempos muy remotos, cuidar y limpiar aquella que hoy se ensucia por las atrocidades de muchos hombres. Mi victoria no fue llegar al pico Humboldt, ni llegar a recorrer caminos duros, nada de eso, mi victoria fue encontrarme con la montaña, darle una visita a esa bella madre, fue sentirme cómodo a su lado, disfrutar cada momento con ella y darle lo que merece, respeto. Saber que yo no permanecería allí más de una semana era una puñalada que amenazaba mi naturaleza, sin embargo, creo que alcance la victoria. He coronado 3 picos hasta ahora, este a pesar de no haber sido coronado, es el que mayor sensación de victoria me ha dado. Bolívar dijo que si la naturaleza se opone deberemos luchar contra ella ¿Será que Bolívar pasó una noche en la intemperie con poca comida y lo atacó una neblina hasta desaparecerlo? No lo creo, Libertador, desde aquí me dirijo hacia ti diciéndote con seguridad: Esa frase le ha hecho mucho daño a la Venezuela de hoy, sinceramente creo que estabas equivocado, ojala que el tiempo haya cambiado tu punto de vista, hoy muchos utilizan esa frase, arriesgándose a una potencial muerte, a una naturaleza que podría hacerles lo que quisiera. Tomamos fotos, jugamos en la nieve y reímos de felicidad por unos minutos para luego retomar el camino, descendimos poco a poco despidiéndonos de esa nieve, ya con algo de miedo, la neblina se nos atravesaba con más fuerza a cada paso. Durante ese descenso nos separamos, Alfredo acompañó a Freddy que iba a un paso más lento, Eduardo apuró el paso para llegar al campamento de primero, Morales descendió rápidamente y se desvió hacia la laguna El suero, Gustavo y yo fuimos al mismo paso deteniéndonos a cada momento para contemplar la belleza del paisaje. La neblina y la lluvia nos fueron despegando de la empinada montaña hacia nuestros campamentos. Cayó también mucha nieve en algún momento que terminó empapando nuestros abrigos. Recuerdo con nostalgia ese descenso, la nieve, la lluvia, el granizo, la cascada, la tierra que se metía por mis botas, el cansancio, la neblina, la oscuridad que se acercaba. Cuando llegamos al campamento comenzó a caer una fuerte lluvia que no se detuvo, solo nos dio permiso unos minutos de sacar algunas cosas de nuestras mochilas y volver a meternos rápido en la carpa, dura tarea le tocó a Eduardo que tuvo que lavar los platos. A las afueras de nuestras carpas se encontraba aquel ser de aspecto nublado que nos acompañó en el ascenso, desde afuera mojándose con esa lluvia y esa brisa fortísima que intentaba moverlo pero ni siquiera un milímetro le hacía moverse. Este, con mirada contemplativa nos observaba desde afuera ¿Nos cuidaba o nos advertía algo? Solo sé que me daba muchísimo miedo asomarme afuera de aquella carpa. La lluvia golpeaba con mucha fuerza la carpa y la brisa la embestía con furia taurina. Esa noche a pesar de todo, cocinamos unos bollitos con huevo revuelto antes de dormir. En la oscuridad se podía ver todavía aquel extraño ser, sentado, sereno, observando fijamente hacia nuestras carpas, captando cada uno de nuestros movimientos. La noche fue dura, pensar en el día que nos esperaba me aterraba un poco más que los días anteriores, el día siguiente descenderíamos hasta la Mucuy Alta, el lugar donde inicio nuestro recorrido, un día de caminos interminables nos esperaba impaciente.
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AuthorMúsico, Escritor y estudiante En prensa:
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