El miedo "El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son" Tito Livio Miércoles 9 de septiembre de 2015 Al despertar se podía ver tenuemente algo de claridad pasar por el techo de la carpa, pensé que aun esas imágenes pertenecían a uno de mis sueños. -¿Está despejado? -Preguntó Gustavo sin obtener respuesta- Se asomó por la carpa y dijo “Si” respondiendo el mismo la pregunta Al sentir dolor en muchísimas articulaciones me di cuenta que ya no estaba soñando, vi a Gustavo ponerse sus botas y salir rápidamente de la carpa. Decidí asomarme a ver si aquello era cierto ¿sería verdad que el cielo estaría despejado? Cuando subimos el pico Mifés en la Sierra de Santo Domingo la neblina a penas nos dejaba ver a escasos metros de distancia, nos nubló la vista; cuando subimos el Monte Roraima, la neblina y la lluvia fueron constantes desde que llegamos arriba, cuando descendimos ella comenzó a desaparecer; cuando ascendimos el pico Pan de Azúcar en la Sierra de La Culata de Mérida, la neblina y la lluvia nos acompañaron todo el camino, nublando la bella vista que queríamos ver. Tenía que estar soñando, pero no, apenas extendí mi cuello pude ver el cielo muy azul, casi como el azul de los cayos de Morrocoy, entonces supe que estaba despejado el cielo, me puse mis botas y caminando poco a poco, in crescendo, iba apurando el paso para ver el glaciar, por momentos imaginaba que no vería glaciar, que este no existiría. A medida que apuraba el paso no veía ni un toque de blanco del glaciar, ello me comenzó a preocupar, volteaba a mi izquierda y veía a Gustavo subiendo por el paso de las Cabras, yo iba en dirección a la Laguna Verde pero sin pasar por ese camino. Entonces de pronto voltee a mi derecha y vi una puntica blanca, un pequeño punto muy blanco, pulcro y brillante, se estaba descubriendo ante mis ojos el glaciar del Humboldt, no quería voltear más hasta verlo por completo, entonces apuré más aun el paso hasta empezar a correr con todas mis fuerzas. Parecía que mi corazón le dio mayor irrigación a mi cuerpo, a pesar del poco oxigeno que allí hace presencia, lo normal es que su presencia oscile entre 150-160mmHg de presión de oxígeno en el aire, a la altura que nos encontrábamos esa presión de oxigeno descendía mas o menos a 100mmHg de presión. La energía que tuve en ese momento me hizo olvidar por completo aquella teoría de libro, cuando alcancé la orilla de la laguna podía ver enteramente el glaciar, salté alto, algo instintivo me hizo apretar el puño y levantar mi brazo apuntando al cielo. Eso y una gran sonrisa me acompañaron a ver el glaciar y fotografiarlo. Luego puse mis manos en mis rodillas y empecé a respirar profundamente, la realidad teórica me alcanzo, me estaba ahogando, sin embargo, la felicidad del momento volvió a disipar la teoría, la felicidad se hizo partícipe de ese gran momento. “Debo ir hacia el tapón de la verde, allí la vista debe ser mejor” Así me orientaron mis pensamientos. Regresé a la zona de camping para buscar algo de comida e ir a ver el glaciar desde el tapón, Alfredo me preguntó por Gustavo y me dijo algo que no entendí, era algo así como “Pilas que aquí así como se despeja luego se nubla que no ves nada” Para llegar al tapón debía pasar una subida, el paso de las cabras y una bajada respectivamente. La subida fue eterna, allí sentía que pequeños seres me arrancaban el oxígeno como burlándose y en medio de risas se escurrían en el aire. Descansé varias veces hasta por fin llegar al tapón de la Laguna Verde, allí se veía claramente aquel glaciar. Gustavo estaba en una profunda meditación, se asustó incluso al ver que llegué. El glaciar del Humboldt puede ser descrito de diversas maneras, en particular, el escritor de este libro lo considera algo similar a un disco volador que se posa en la base-cumbre del pico Humboldt. De blanco brillante ilumina los ojos de aquellos que son capaces de enfrentar su paciencia y sus miedos para alcanzarlo. La imaginación de los hombres juega un papel imprescindible en ese sendero también. Ver ese disco es definitivamente una experiencia sublime. El glaciar La Corona es el más grande de los 4 o 5 glaciares que aun brillan en Venezuela. Se ubica a lo alto del pico Humboldt, la vida promedio que le queda a este glaciar esta entre unos 5-10 años, el clima que cubrirá a Venezuela durante los próximos años decidirá su existir. Cada año durante el invierno este crece un poco más, pero las duras sequias que golpean a Venezuela hacen que este disminuya más de tamaño de lo que crece con el invierno o época de lluvias de Venezuela, en Venezuela muchos consideran que no existe invierno ni verano sino época de lluvias y época de sequía. Quizás somos afortunados de tener la oportunidad de ver estas reliquias. Las capas que protegen nuestra tierra de la luz solar están siendo despedazadas poco a poco y nuestros copos de nieve sufren esta tragedia día tras día. Al regresar al campamento recibimos un duro regaño de Alfredo, nos aclaró que las condiciones climáticas son muy inciertas en estos lugares, podíamos llegar a perdernos si una gran tormenta azotaba el lugar o neblinas nos atrapaban. Además no habíamos avisado a dónde íbamos en medio de aquella desesperación. Aceptamos la reprimenda y nos sentamos a comer huevos revueltos con pan. El resto del día fue de “descanso”, recorrimos los alrededores de la laguna, hicimos rapel, vimos una pequeña laguna en la que un pato danzaba libremente y cantaba, graznando bonitas melodías. Al llegar el atardecer comencé a percibir poco a poco el miedo, esa tarde debíamos dormir desde muy temprano para en la madrugada del jueves ascender a la cumbre. Quizás sentía que aquella montaña me amenazaba diciendo “A ver qué tan fuerte eres, diminuto amigo”, quizás me atemorizaba el frio que podía haber allí arriba, quizás pensar en el poco oxigeno que hay en lo alto del pico, pensar que no me había preparado bien para esto y que mi cuerpo me reclamaba más descanso y preparación. ¿Y si no lo logro? ¿Y si esta montaña es demasiado para mí? ¿Y si el clima nos abofetea fuertemente mañana? ¿Qué pensara hoy mi familia de mí? ¿Creerán que estoy vivo? Fui a la Laguna Verde con Gustavo y tomamos fotos de un atardecer impresionante que se reflejaba en la mismísima laguna que por las noches se hace oscura, silenciosa y más imponente. Comenzamos a extrañar ver a mujeres, hacía ya varios días que no veíamos a una, ellas sin duda pueden hacer enfermar a un hombre solo con su ausencia. Me recordé por supuesto de mis amigas chilenas y entonces tome algunas cuantas fotos con la pequeña caracolita, el día siguiente esta caracolita caribeña tocaría la nieve venezolana. ¿Con ese miedo lo lograría? El frio, el poco oxígeno, el cansancio, el hambre, la poca preparación física y la desconfianza se atravesaban en nuestro camino hacia aquel gigante. Nos acostamos a dormir a eso de las 8 de la noche preparando de una vez todo lo que necesitaríamos para el ascenso, casi que dormimos con todo el equipo de viaje. A duras penas preparamos bebidas calientes para cenar y nos acostamos. La brisa impactaba nuestra carpa y a cada momento irrumpía mis sueños, podría decir que esa noche me desperté unas 17 veces a causa de pesadillas, la brisa que golpeaba la carpa y el miedo que a carcajadas monstruosas golpeaba mi cabeza.
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AuthorMúsico, Escritor y estudiante En prensa:
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