La victoria “Una retirada a tiempo es una victoria” Napoleón Bonaparte Al parecer nos levantamos a las 5 de la mañana, Alfredo decidió no salir tan temprano por el frio implacable que nos esperaba afuera. A las 5 este señor estaba aún afuera esperando carcomer nuestras pieles. Salimos muy abrigados y así a este señor se le hizo más difícil su labor, recogimos lo necesario y partimos. Cada uno iba con un casco en su cabeza, arneses y de 3 a 6 abrigos para protegernos, 2 a 3 pares de medias, gorros y un pequeño bolso para llevar algo de comida y otros implementos que podían ser necesarios. En ese pequeño bolso llevaba una bolsita con papelón rallado, 3 naranjas que me dio Alfredo, un Chocolate, una bolsita con cereal, una galleta María, una navaja, mi cámara, pilas de repuesto, una linterna y un pequeño estuche donde guardaba la caracolita de Tuja. Al iniciar el sendero me sentía cada vez más ahogado por el exagerado abrigo que llevaba, ¡Ah claro! También llevaba en mis brazos un envase de un litro y medio de capacidad lleno de agua. El frio en su desesperación por entrar donde le place decidió invadir los terrenos más accesibles y menos oxigenados de nuestro cuerpo, las extremidades. El ascenso inició muy complicado, caminos muy empinados se nos interponían, por esta razón hacía varias paradas tratando de captar algo de oxígeno, ahora era más desesperante su ausencia. Sin embargo, a medida que ascendíamos iba acostumbrándome a esas presiones. El mayor miedo que me violentó fue el frío en los pies, sentía un dolor tremendísimo al mover los dedos, algunos de ellos incluso habían perdido movimiento casi por completo, entonces Alfredo me recomendó retirar las medias y caminar sin ellas. Así lo hice y poco a poco fui recuperando la sensibilidad. En ese camino nos acompañaron frailejones, estos, con mucho silencio nos señalaban el camino, no decían más palabras. Acaso escuché a uno de ellos decirme algo: -Miguel, no esperen que se haga muy tarde para descender, cordura y consciencia. Ese camino estaba hecho de mucha tierra que en un punto se hizo de lo que le llaman “Los arenales”, un camino de tierra, casi arena que hace de este paso un poco más complicado, si eres desafortunado y pisas muy fuerte puedes descender rápidamente los pasos que acabas de ascender. El glaciar se escondía y de pronto de se descubría para prontamente volver a cubrirse. La vista era magnifica, podíamos ver como se revelaba la Sierra de La Culata ante nuestros ojos, esa inmensa sierra nos hacía ver lo alto que habíamos llegado. En aquel punto también era fácil observar las nubosidades que se acercaban, empezaron a cubrir poco a poco las montañas, incluyendo el Humboldt, ahogando nuestros sueños nuevamente. Yo iba caminando de último junto a Freddy que iba muy cansado. El camino estaba hecho en ese momento de muchas piedras. Alcé mi vista al cielo y vi como un pedazo de nieve se acercaba hacia mí, era Gustavo que nos había lanzado una bola de nieve. Con una sonrisa nos miraba. Tome ese pedazo de hielo con mis manos lo observé y se lo pasé a Freddy. Debieron pasar 4 días desde que iniciamos este duro ascenso para poder tocar por primera vez en nuestras vidas nieve en el trópico, nieve en Venezuela. Tan cerca del Caribe y tan frio aquel paraíso. Algún ser extraño paseaba por esas piedras y nos observaba, no parecía alegre, no parecía enfadado ni triste, parecía templado. Nos veía con algo de indiferencia y seguía su camino, ascendía con nosotros cerca pero a veces descendía y nos miraba con algo de preocupación. Cuando empezamos a ver más nieve Alfredo dice: -Bueno muchachos, bienvenidos al glaciar La Corona del pico Humboldt, de aquí en adelante lo que hay es nieve parejo. A partir de allí aquel ser extraño, vestido de blanco, descendió lentamente de la montaña, echó una mirada hacia atrás, nos observó con una mirada terrible, era una advertencia, quizás. Sin embargo continuamos el camino. Freddy, Eduardo y Alfredo escalaron por el lado del glaciar, Gustavo, Morales y yo ascendimos por un lado más colmado de piedras, no teníamos el equipo necesario para escalar. Al llegar allí solo nos quedaba recorrer el glaciar. La neblina había cubierto por completo el escenario, volvía esta compañera un poco indeseada a ser parte de nuestros viajes, cada vez más espesa, más blanca y más dura. Gustavo, Morales y yo debimos esperar el lento ascenso por el glaciar que hacían Alfredo, Eduardo y Freddy. Al llegar el resto del grupo pregunté a Alfredo: -¿Y ahora que Alfredo? Reunió al grupo completo y expuso la situación, la neblina había cubierto nuestra vista por entero, ni siquiera podía diferenciarse el blanco de la neblina con el blanco del glaciar. Quizás esperar más era un suicidio. Entonces decidió invitarnos a caminar un poco por el glaciar y llegar hasta la base-cumbre del pico. Caminamos así por ese disco de hielo gigante, con sumo cuidado al dar cada paso, sin embargo era casi inevitable hundirse de vez en cuando hasta las rodillas de nieve. Cuando llegamos a la base-cumbre del pico vimos el problema en el que estábamos metidos, quizás nos faltaban menos de 80 metros para llegar a la cima, sin embargo, la neblina era tan espesa que nos hubiese atrapado por completo. -Bueno muchachos, creo que lo más prudente es que lleguemos hasta aquí-Dijo Alfredo- Con gran tristeza dirigió unas palabras a nosotros para felicitarnos y se disculpó por no hacernos llegar a la cumbre, a pesar de ello el grupo entero le apoyo diciendo “Habernos traído hasta aquí es una victoria muy grande para ti Alfredo”. La victoria ¿Qué es? ¿Es acaso esa sensación de decirle al mundo que venciste a la naturaleza? Sencillamente eso sería ridículo, la naturaleza no se vence, dentro de nosotros ella mueve nuestra alma. Las grandes sociedades han sistematizado tanto al cerebro que incluso la naturaleza ha dejado de comandar muchas almas, ahora necesita más contacto con esas almas para prevalecer. Algunas almas de una ciudad son realmente algo tristes, y si no lo parece entonces es que esconden esa tristeza infame en sus hogares o en algún lugar de su subconsciente. Hoy día muchos dicen que vivir cerca de la naturaleza no es para ellos, al parecer hemos olvidado de donde provenimos. Por siglos el hombre se ha enamorado de la naturaleza, hoy día hay hombres que se han encargado de divorciar al hombre de esa bella mujer, ¿Por qué? No lo sabemos, quizás nuestra mente no alcance a conocer tanto odio en el mundo. Parece ser más bien que hoy el hombre odia a la naturaleza, la ensucia, la escupe, la evita y la maldice. No todos los hombres son así, sin embargo gran parte de ellos olvidó su origen, olvidó quien lo cuido y le dio alimento por siglos. La victoria está realmente en encontrarnos con la naturaleza y amarla, visitar a quien nos cubrió y nutrió desde tiempos muy remotos, cuidar y limpiar aquella que hoy se ensucia por las atrocidades de muchos hombres. Mi victoria no fue llegar al pico Humboldt, ni llegar a recorrer caminos duros, nada de eso, mi victoria fue encontrarme con la montaña, darle una visita a esa bella madre, fue sentirme cómodo a su lado, disfrutar cada momento con ella y darle lo que merece, respeto. Saber que yo no permanecería allí más de una semana era una puñalada que amenazaba mi naturaleza, sin embargo, creo que alcance la victoria. He coronado 3 picos hasta ahora, este a pesar de no haber sido coronado, es el que mayor sensación de victoria me ha dado. Bolívar dijo que si la naturaleza se opone deberemos luchar contra ella ¿Será que Bolívar pasó una noche en la intemperie con poca comida y lo atacó una neblina hasta desaparecerlo? No lo creo, Libertador, desde aquí me dirijo hacia ti diciéndote con seguridad: Esa frase le ha hecho mucho daño a la Venezuela de hoy, sinceramente creo que estabas equivocado, ojala que el tiempo haya cambiado tu punto de vista, hoy muchos utilizan esa frase, arriesgándose a una potencial muerte, a una naturaleza que podría hacerles lo que quisiera. Tomamos fotos, jugamos en la nieve y reímos de felicidad por unos minutos para luego retomar el camino, descendimos poco a poco despidiéndonos de esa nieve, ya con algo de miedo, la neblina se nos atravesaba con más fuerza a cada paso. Durante ese descenso nos separamos, Alfredo acompañó a Freddy que iba a un paso más lento, Eduardo apuró el paso para llegar al campamento de primero, Morales descendió rápidamente y se desvió hacia la laguna El suero, Gustavo y yo fuimos al mismo paso deteniéndonos a cada momento para contemplar la belleza del paisaje. La neblina y la lluvia nos fueron despegando de la empinada montaña hacia nuestros campamentos. Cayó también mucha nieve en algún momento que terminó empapando nuestros abrigos. Recuerdo con nostalgia ese descenso, la nieve, la lluvia, el granizo, la cascada, la tierra que se metía por mis botas, el cansancio, la neblina, la oscuridad que se acercaba. Cuando llegamos al campamento comenzó a caer una fuerte lluvia que no se detuvo, solo nos dio permiso unos minutos de sacar algunas cosas de nuestras mochilas y volver a meternos rápido en la carpa, dura tarea le tocó a Eduardo que tuvo que lavar los platos. A las afueras de nuestras carpas se encontraba aquel ser de aspecto nublado que nos acompañó en el ascenso, desde afuera mojándose con esa lluvia y esa brisa fortísima que intentaba moverlo pero ni siquiera un milímetro le hacía moverse. Este, con mirada contemplativa nos observaba desde afuera ¿Nos cuidaba o nos advertía algo? Solo sé que me daba muchísimo miedo asomarme afuera de aquella carpa. La lluvia golpeaba con mucha fuerza la carpa y la brisa la embestía con furia taurina. Esa noche a pesar de todo, cocinamos unos bollitos con huevo revuelto antes de dormir. En la oscuridad se podía ver todavía aquel extraño ser, sentado, sereno, observando fijamente hacia nuestras carpas, captando cada uno de nuestros movimientos. La noche fue dura, pensar en el día que nos esperaba me aterraba un poco más que los días anteriores, el día siguiente descenderíamos hasta la Mucuy Alta, el lugar donde inicio nuestro recorrido, un día de caminos interminables nos esperaba impaciente.
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El miedo "El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son" Tito Livio Miércoles 9 de septiembre de 2015 Al despertar se podía ver tenuemente algo de claridad pasar por el techo de la carpa, pensé que aun esas imágenes pertenecían a uno de mis sueños. -¿Está despejado? -Preguntó Gustavo sin obtener respuesta- Se asomó por la carpa y dijo “Si” respondiendo el mismo la pregunta Al sentir dolor en muchísimas articulaciones me di cuenta que ya no estaba soñando, vi a Gustavo ponerse sus botas y salir rápidamente de la carpa. Decidí asomarme a ver si aquello era cierto ¿sería verdad que el cielo estaría despejado? Cuando subimos el pico Mifés en la Sierra de Santo Domingo la neblina a penas nos dejaba ver a escasos metros de distancia, nos nubló la vista; cuando subimos el Monte Roraima, la neblina y la lluvia fueron constantes desde que llegamos arriba, cuando descendimos ella comenzó a desaparecer; cuando ascendimos el pico Pan de Azúcar en la Sierra de La Culata de Mérida, la neblina y la lluvia nos acompañaron todo el camino, nublando la bella vista que queríamos ver. Tenía que estar soñando, pero no, apenas extendí mi cuello pude ver el cielo muy azul, casi como el azul de los cayos de Morrocoy, entonces supe que estaba despejado el cielo, me puse mis botas y caminando poco a poco, in crescendo, iba apurando el paso para ver el glaciar, por momentos imaginaba que no vería glaciar, que este no existiría. A medida que apuraba el paso no veía ni un toque de blanco del glaciar, ello me comenzó a preocupar, volteaba a mi izquierda y veía a Gustavo subiendo por el paso de las Cabras, yo iba en dirección a la Laguna Verde pero sin pasar por ese camino. Entonces de pronto voltee a mi derecha y vi una puntica blanca, un pequeño punto muy blanco, pulcro y brillante, se estaba descubriendo ante mis ojos el glaciar del Humboldt, no quería voltear más hasta verlo por completo, entonces apuré más aun el paso hasta empezar a correr con todas mis fuerzas. Parecía que mi corazón le dio mayor irrigación a mi cuerpo, a pesar del poco oxigeno que allí hace presencia, lo normal es que su presencia oscile entre 150-160mmHg de presión de oxígeno en el aire, a la altura que nos encontrábamos esa presión de oxigeno descendía mas o menos a 100mmHg de presión. La energía que tuve en ese momento me hizo olvidar por completo aquella teoría de libro, cuando alcancé la orilla de la laguna podía ver enteramente el glaciar, salté alto, algo instintivo me hizo apretar el puño y levantar mi brazo apuntando al cielo. Eso y una gran sonrisa me acompañaron a ver el glaciar y fotografiarlo. Luego puse mis manos en mis rodillas y empecé a respirar profundamente, la realidad teórica me alcanzo, me estaba ahogando, sin embargo, la felicidad del momento volvió a disipar la teoría, la felicidad se hizo partícipe de ese gran momento. “Debo ir hacia el tapón de la verde, allí la vista debe ser mejor” Así me orientaron mis pensamientos. Regresé a la zona de camping para buscar algo de comida e ir a ver el glaciar desde el tapón, Alfredo me preguntó por Gustavo y me dijo algo que no entendí, era algo así como “Pilas que aquí así como se despeja luego se nubla que no ves nada” Para llegar al tapón debía pasar una subida, el paso de las cabras y una bajada respectivamente. La subida fue eterna, allí sentía que pequeños seres me arrancaban el oxígeno como burlándose y en medio de risas se escurrían en el aire. Descansé varias veces hasta por fin llegar al tapón de la Laguna Verde, allí se veía claramente aquel glaciar. Gustavo estaba en una profunda meditación, se asustó incluso al ver que llegué. El glaciar del Humboldt puede ser descrito de diversas maneras, en particular, el escritor de este libro lo considera algo similar a un disco volador que se posa en la base-cumbre del pico Humboldt. De blanco brillante ilumina los ojos de aquellos que son capaces de enfrentar su paciencia y sus miedos para alcanzarlo. La imaginación de los hombres juega un papel imprescindible en ese sendero también. Ver ese disco es definitivamente una experiencia sublime. El glaciar La Corona es el más grande de los 4 o 5 glaciares que aun brillan en Venezuela. Se ubica a lo alto del pico Humboldt, la vida promedio que le queda a este glaciar esta entre unos 5-10 años, el clima que cubrirá a Venezuela durante los próximos años decidirá su existir. Cada año durante el invierno este crece un poco más, pero las duras sequias que golpean a Venezuela hacen que este disminuya más de tamaño de lo que crece con el invierno o época de lluvias de Venezuela, en Venezuela muchos consideran que no existe invierno ni verano sino época de lluvias y época de sequía. Quizás somos afortunados de tener la oportunidad de ver estas reliquias. Las capas que protegen nuestra tierra de la luz solar están siendo despedazadas poco a poco y nuestros copos de nieve sufren esta tragedia día tras día. Al regresar al campamento recibimos un duro regaño de Alfredo, nos aclaró que las condiciones climáticas son muy inciertas en estos lugares, podíamos llegar a perdernos si una gran tormenta azotaba el lugar o neblinas nos atrapaban. Además no habíamos avisado a dónde íbamos en medio de aquella desesperación. Aceptamos la reprimenda y nos sentamos a comer huevos revueltos con pan. El resto del día fue de “descanso”, recorrimos los alrededores de la laguna, hicimos rapel, vimos una pequeña laguna en la que un pato danzaba libremente y cantaba, graznando bonitas melodías. Al llegar el atardecer comencé a percibir poco a poco el miedo, esa tarde debíamos dormir desde muy temprano para en la madrugada del jueves ascender a la cumbre. Quizás sentía que aquella montaña me amenazaba diciendo “A ver qué tan fuerte eres, diminuto amigo”, quizás me atemorizaba el frio que podía haber allí arriba, quizás pensar en el poco oxigeno que hay en lo alto del pico, pensar que no me había preparado bien para esto y que mi cuerpo me reclamaba más descanso y preparación. ¿Y si no lo logro? ¿Y si esta montaña es demasiado para mí? ¿Y si el clima nos abofetea fuertemente mañana? ¿Qué pensara hoy mi familia de mí? ¿Creerán que estoy vivo? Fui a la Laguna Verde con Gustavo y tomamos fotos de un atardecer impresionante que se reflejaba en la mismísima laguna que por las noches se hace oscura, silenciosa y más imponente. Comenzamos a extrañar ver a mujeres, hacía ya varios días que no veíamos a una, ellas sin duda pueden hacer enfermar a un hombre solo con su ausencia. Me recordé por supuesto de mis amigas chilenas y entonces tome algunas cuantas fotos con la pequeña caracolita, el día siguiente esta caracolita caribeña tocaría la nieve venezolana. ¿Con ese miedo lo lograría? El frio, el poco oxígeno, el cansancio, el hambre, la poca preparación física y la desconfianza se atravesaban en nuestro camino hacia aquel gigante. Nos acostamos a dormir a eso de las 8 de la noche preparando de una vez todo lo que necesitaríamos para el ascenso, casi que dormimos con todo el equipo de viaje. A duras penas preparamos bebidas calientes para cenar y nos acostamos. La brisa impactaba nuestra carpa y a cada momento irrumpía mis sueños, podría decir que esa noche me desperté unas 17 veces a causa de pesadillas, la brisa que golpeaba la carpa y el miedo que a carcajadas monstruosas golpeaba mi cabeza. La imaginación “La imaginación crea la realidad” Richard Wagner Martes 8 de septiembre de 2015 Al levantarnos comencé a moverme y hacer mil cosas, el frio que nos esperaba más arriba me recordaba lo difícil que sería hacer las labores más adelante. -Epa ya vengo, voy al baño-Dije- -¿Otra vez Miguel? Deja espacio para los demás-Decía Morales- Entre risas de todo el grupo, Gustavo me mostró con su mano el piolet recordándome que debo cavar un hueco para enterrar allí las inmundicias. Lo tomé y partí hacia la laguna Coromoto con el piolet y un envase para llenar de agua. Luego de llenar el envase caí en una nube de imaginación impresionante, una de las mejores. Me senté a observar las montañas, engalanadas con diversas obras de arte. Muchos escultores se destacan por sus composiciones en la piedra, a los lados de la Laguna Coromoto estos tallaron en piedra imágenes espectaculares. Entre tantas logré ver muchos rostros con cejas gruesas, agudos ojos, pómulos largos y anchos, barbillas extensas y narices anchas, estas, con miradas muy intimidantes me decían muchas palabras: -Atrévete a subir estas montañas, el día de hoy caerás, resbalaras y cansaras más que nunca. -Eres demasiado pequeño para este lugar, tienes un gran reto hoy, ya veremos de que eres capaz. -Deberías decirle a tus amigos lo que les espera, aunque no lo sepas, nuestros rostros reflejan más de lo que necesitas saber. Todos estos escultores se lucieron con su arte, uno de ellos, quizás el más tímido y joven del resto, pensando que sus composiciones serian de un nivel más bajo que el de sus colegas, decidió hacer la escultura más grande, para así destacarse de algún modo del resto. Este esculpió un oso frontino gigante, sus dimensiones eran tales que ocupaba este más de la mitad de la prominencia de aquella montaña, fantástica obra. El oso parecía descansar recostado de la montaña, mirando hacia el norte, con sus brazos recostados de su abdomen. Imponente decía: “Pequeños amigos, he aquí un paraíso, cuiden de él. Bastante he hecho ya por ustedes, agradecería un poco de silencio por las noches y menos odio entre los hombres que más abajo atormentan el aire” Luego de ver aquella magnánima figura decidí retirarme y hacer caso a sus palabras. El oso frontino (oso de anteojos, andino o sudamericano) es una especie animal de oso encontrada en la cordillera de Los Andes, caracterizado por sus manchas blancas alrededor de sus ojos, vegetariano y omnívoro, es principalmente conocido por su preferencia por las bromelias, este colabora especialmente a la naturaleza como polinizador, esparcidor de semillas y depredador. En la cordillera andina merideña ha sido cazado continuamente llegando a ser considerado como una “plaga” ¡Ah! Pobre el hombre que considera una plaga a la naturaleza más bella, serás tú la principal plaga de tu existencia. Se encuentra como una especie vulnerable a extinguirse, las palabras de aquella escultura me quedaron bien claras. El grupo lo considera como Winnie Pooh por ser conocido como un animal inofensivo para el hombre. Luego de un largo rato en esa contemplación decidí volver con el grupo -Ya no voy más al baño hasta octubre Las risas se multiplicaron y continuamos nuestro camino al paraíso, poco a poco acercándonos al cielo. Teníamos esta vez varios objetivos, el Puente Quemado, La piedra agrietada, Las Lajas, Las lomas de las ballenas, El tapón de la Laguna Verde y el Paso de Las Cabras para por fin llegar a nuestro objetivo. En el camino a puente quemado diversos pajaritos nos cantaban liricas bellísimas. Quizás un quetzal, quizás un paují, un tragón, muchos nos cantaban. Un colibrí chivito de los páramos nos cantaba bonitas melodías rapidísimas con semicorcheas, corcheas y tresillos: -Amarillo, Azul y rojo, la bandera de los logros, Andina, Llanera y costera, son las mujeres más bellas, la paloma gargantilla, me mira, me mira, me mira. Así, rapídito pasaba esa melodía, para de pronto desaparecer tan rápido como son estas aves; se vino de pronto una viuda de montaña a cantarnos melodías más lentas, con un legato brillante, mayor placidez y relajo. -La luna que se vendrá esta noche se desentiende de este astro amarillo que me quema, no te creas tan idolatrada, luna infinita… Y de pronto un quetzal cantaba una melodía que me parecía a la Preciosa Merideña que tantos venezolanos cantamos, allí me recordé de muchas bonitas mujeres que veo a diario en Venezuela y sobre todo de aquellas dos chilenas que en mi recuerdos se instalaban. “Linda mujer, escucha este poema, mi corazón, lo invade una pena, oye mujer, preciosa merideña, nunca pensé, darte mi corazón” El puente quemado es un puente de madera colgado con cabillas de un precipicio mortal, pasamos por allí sin problemas, aunque eso sí, agarrados de una cuerda. El viaje se hizo de muchos “¿Cuánto falta?” “¿Desde donde podremos ver el glaciar?” “¿Cuántas horas más o menos faltan para llegar?” generalmente preguntadas por Gustavo a Alfredo que respondía con una sonrisa “Falta menos”. La piedra agrietada y el paso de las lajas ponían a prueba nuestro equilibrio, ahora las vistas eran tan hermosas que necesitábamos menos paciencia que el día anterior, estas pinturas curaban nuestros ojos y limpiaban nuestra mente, íbamos con más fuerzas que hace un día. Me alimentaba por el camino con una bolsita de papelón rallado, un cereal y muchísima agua. Esperaba el almuerzo con ansiedad. Cada vez que sacaba la bolsita o el cereal le ofrecía a mis compañeros que sin dudarlo aceptaban ese poco de energía, en cada una de los descansos. Las lomas de las Ballenas son gigantes piedras en forma de lomas de ballenas, de consistencia muy lisa, estas hacen que cualquiera resbalé fácilmente. Apenas iniciando este paso resbale y caí, golpeando un poco mis rodillas, ese fue mi paso más difícil, resbalé unas 3 o 4 veces más durante ese camino, el barro se burlaba de mi diciéndome lo torpe que era, sin embargo, me levantaba con algo de furia y retomaba el camino, tomando uno más sencillo o escalando el mismo que me tumbo. Una pequeña frase que recolecté fue “Nunca pises la piedra que piso el que se cayó delante de ti” Al llegar al tapón de la Laguna Verde a eso de las 5 de la tarde el cansancio nos abrumaba, solo deseábamos llegar, almorzar y descansar en nuestras carpas. Esa laguna curó mis cansancios y decidimos continuar. Desde allí se puede ver la cumbre del pico Humboldt, por fin alcanzamos a ver nuestro objetivo, eso diría, pero en esta ocasión la neblina cubría por completo la cumbre y el glaciar, no pudimos verlo, con algo de tristeza continuamos el camino. Al parecer Freddy no aguantaba más. Solo faltaban unos 15 minutos para llegar a la zona de camping pero en una subida antes del paso de las cabras Freddy enfrentó a su paciencia reclamándole a Alfredo: -Bueno ¿Y cuánto falta pues? ¿No era hasta aquí la vaina? Ya estamos en la Laguna Verde, dijiste que hoy llegaríamos hasta la Verde. Ataque de risas nos apabulló a todo el grupo, que aun con todo el cansancio que tenía empezó a reír a carcajadas que retumbaban toda la Sierra Nevada, todo por aquel comentario. El paso de las cabras es una cuesta empinadísima en la cual el camino esta hecho de pequeñas salientes pétreas en las cuales apenas se puede apoyar los pies, se debe pasar con el cuerpo adherido a aquella pared de piedra para poder pasar. Al llegar a la zona de camping montamos todo y comimos humildemente pan con sardinas. La neblina nunca abandonaba el lugar, esa noche la pasé casi rezando a la naturaleza y a Dios por que despejara y al día siguiente ver por fin el glaciar del pico Humboldt. Esa noche la brisa sopló con mucha fuerza tratando de sacarnos de aquel lugar, quizás para meternos miedo, quizás para probar nuestras fuerzas. Poco fue lo que dormí con esa brisa golpeando con mucha fuerza la carpa en que estaba. Mis sueños me hicieron ver una mañana muy oscura y gris, en la que al salir a ver el glaciar, el gris dominaba tanto aquella belleza que no podía verse ni un pequeño pedazo de aquel glaciar, en un momento empezó a desaparecer la niebla, parecía que el glaciar trataba de iluminar el espacio para poder ser visto por mis ojos, pero la niebla y esas nubes caprichosas seguían escondiendo la belleza tan blanca y pura de la nieve venezolana, parecía una pesadilla. |
AuthorMúsico, Escritor y estudiante En prensa:
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